La utilización de carbón vegetal data de tiempos históricos, en los primeros intentos del hombre de fundir el mineral de hierro. Pero el carboneo del monte a una escala no doméstica hay que situarlo a partir del siglo XV, adquiriendo una notable importancia como combustible en las industrias manufactureras durante los siglos XVI-XVIII.
El carbón vegetal era el combustible por excelencia del Antiguo Régimen y una de las indiscutibles fuentes de energía hasta que el carbón de piedra le sustituyó. El mismo crecimiento urbano durante el siglo XVIII hubo de suscitar una mayor demanda de combustible vegetal. En Madrid, por ejemplo, 9.000 hogares habían adoptado el hornillo económico hacia el año 1805, lo cual representaba casi una cuarta parte de los hogares existentes en la Villa. El combustible de aquellos hornillos era, por supuesto, el carbón de encina.
Si importante era el consumo urbano de carbón vegetal, otro tanto puede decirse de las necesidades de la industria, aunque el carbón de brezo (Erica australis) era el combustible de fragua mayoritario: herreros, herradores, latoneros, cerrajeros y plateros fueron, entre otros, los artesanos que demandaron mayores cantidades de combustible en las nacientes ciudades preindustriales. Las fábricas de vidrio han sido puestas como ejemplo de una industria del Antiguo Régimen que consumía gran cantidad de carbón vegetal y leña. Desde Avilés se escribe a mediados del siglo XVIII que para la provisión de carbones que precisan las ferrerías del Principado de Asturias habían sido devastados la mayor parte de los montes comunes de las inmediaciones. No hay que olvidar tampoco que actividades como la extracción de minerales y su transformación requerían ingentes cantidades de carbón vegetal.
Las ventajas como combustible del carbón vegetal frente a la leña son significativas. En la carbonización de la madera se pierden todas las materias volátiles así como la mayoría de la humedad. Esto produce un cambio notable en su apariencia física y un descenso de densidad y volumen. Pero lo que marca la verdadera diferencia es que el carbón vegetal tiene mayor contenido en carbono que la madera, por lo que su poder calorífico es mayor y es mejor combustible que ésta. Otra diferencia es que el carbón vegetal es inerte, difícilmente alterable con las condiciones atmosféricas normales y no es atacado por agentes biológicos (hongos e insectos fitófagos) que atacan la madera.
Aunque a lo largo de nuestra geografía se ha carboneado todo tipo de especies forestales (haya, roble, pino, incluso eucalipto), en España el carbón vegetal está muy unido al aprovechamiento de los restos de operaciones selvícolas como la poda y el "oliveo" de la encina (Quercus ilex) y el alcornoque (Quercus suber). El gran desarrollo agro-silvo-pastoral de la dehesa castellana y extremeña se basa en el correcto aprovechamiento de pastos y árboles que daban sus frutos (bellotas) para el ganado. Los árboles son podados y la madera de estos trabajos es carbonizada en fosas de tierra.
Mientras que en otras zonas la práctica del carboneo ha ido desapareciendo (Navarra, Aragón, País Vasco), ésta todavía perdura en los ambientes mediterráneos con mayores extensiones de quercíneas.
Las técnicas han ido evolucionando y en muchos casos la carbonera de tierra ha sido sustituida por carboneras metálicas, si bien en no pocos casos las carboneras clásicas se siguen utilizando al no requerir ningún desembolso de capital.
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