San Vicente de Piedrahita es una localidad perteneciente al municipio de Cortes de Arenoso, ubicado en la comarca del Alto Mijares, en la provincia de Castellón, comunidad autónoma de la Comunidad Valenciana, España. En 2020 contaba con 120 habitantes.
El pueblo está al sur del término de Cortes, sobre el denominado collado de Piedrahita y cerca de donde se encuentran el río Mijares y el río de Vilamalefa .
Ruta homologada (parcialmente), dextrógira, y circular, que sigue la directriz SO-NO-SO-N-SE, y que tiene todo su recorrido dentro de los límites del término municipal de Cortes de Arenoso.
MASÍAS:
"Existe constancia de una abundante presencia de asentamientos dispersos (“curtes”, en latín) en el término municipal de Cortes de Arenoso desde, al menos, la Baja Edad Media.
Anteriormente, son conocidos los asentamientos ibéricos, cuyo estudio comenzara a mediados del siglo pasado y se ha recogido en distinta bibliografía, a lo largo de este siglo.
La población residente en estas masías también ha sido objeto de varios estudios, entre los que es obligado citar los desarrollados por Antonio Poveda Ayora y recogidos, tanto en su tesis doctoral, como en publicaciones posteriores. Los datos aportados por este investigador son, sin duda, los más fiables en lo que se refiere a la población de hecho y de derecho, que habitó en las distintas masías de Cortes de Arenoso. Otras fuentes, arrojan datos contradictorios sobre el número de masías habitadas hasta la Guerra Civil, como más adelante veremos.

Las masías, en Cortes de Arenoso, son conjuntos edificados en piedra en seco, en lugares orientados a sur y con una posición dominante sobre el paisaje o en sitios llanos (más raramente). Junto a la masía, hay asociados no solo campos de labor, delimitados y sustentados también por piedra en seco, sino otro tipo de construcciones agropecuarias o hidráulicas: azudes, balsas, acueductos, canales de riego y fuentes.
Precisamente, la proximidad a una fuente, propia o compartida, es uno de los elementos que inequívocamente, aparece en todas las masías. Como es lógico, la disposición de agua en la misma masía, le confería un valor añadido.
Toda la vida en la masía estaba pensada para la autosuficiencia, lo que las hace un paradigma de la sostenibilidad y un verdadero tesoro etnológico. Las masías, unidas entre sí por una red de caminos que, a modo de sistema sanguíneo, alimentaba el territorio y lo mantenía vivo y controlado, ofrecían a sus habitantes todo lo necesario para llevar una vida ausente de cualquier lujo y directamente vinculada a las estaciones del año, las cosechas y el cuidado del ganado. Lo que se pudiera obtener de la actividad agrícola y ganadera debía servir para cubrir la totalidad de las necesidades de la población; el resto, era una frivolidad a la que rara vez se tenía alcance.

La vida era, por tanto, muy dura e imprimía carácter, sobre todo para aquéllos que ni siquiera eran propietarios de la casa en la que vivían y de las tierras que cultivaban, y debían entregar parte de su rendimiento, al amo. En muchos casos, la vida era tan dura y la ausencia de toda comodidad tan evidente, que las casas ni siquiera tenían encaladas las habitaciones interiores y el único elemento accesorio que existía en algunas de ellas, era un espejuelo empotrado en una de las paredes del zaguán.
Las masías carecían, como es evidente, de cualquier tipo de infraestructura urbana y no fue hasta la mitad del siglo XX, cuando alguna de ellas llegó a tener energía eléctrica. La simple disposición de agua en la masía, era un lujo al que accedieron muy pocas.
En ocasiones, las masías eran habitadas por una sola familia o tenían una o dos edificaciones aisladas, como puede suceder en la Masía de Cabezo de la Cruz o Masía del Moral, mientras que, en otros casos, la masía evolucionó hasta convertirse en un embrión de núcleo urbano, de cierta complejidad y capaz de albergar a varias familias, como ocurre en Casas Negras, los Morrones, o La Laguna.
Las extremas condiciones de vida en las masías y la incipiente actividad industrial en el pueblo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, favorecieron un incipiente éxodo hacia el propio Cortes de Arenoso o, incluso, hacia localidades más lejanas, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, si bien la población estable en este tipo de edificaciones es notable hasta el estallido de la Guerra Civil.
De acuerdo con las estimaciones de José Gresa, para 1933 y de Juan José Catalán Catalán y José Ignacio Monte Catalán, para 1940, de los 1.370 habitantes que tenía Cortes de Arenoso, aproximadamente en ese periodo, entre 320 y 350 residían en las masías. La Guerra Civil, sus consecuencias sociales y económicas y, sobre todo, la actividad de los maquis hasta los años cincuenta del pasado siglo, configuraron un escenario contrario a la supervivencia de este modo de vida ancestral. Hasta la completa normalización de la situación y el cese de la actividad de los maquis, se impuso un “toque de queda” en gran parte de la comarca y en los pueblos vecinos de Teruel, que obligó en muchos periodos a pernoctar en los núcleos de población; el tránsito por los caminos que durante siglos sirvió para comunicar a las distintas masías, se convirtió en un ejercicio peligroso y la propia subsistencia en ellas estaba permanentemente amenazada por los guerrilleros y por la Guardia Civil que los perseguía y castigaba severamente a los masoveros que, bajo amenazas, ofrecían sustento o manutención a los maquis".
Ayuntamiento Cortes de Arenoso.
Catálogo de Protecciones Sección de Patrimonio Cultural.
AUG-ARQUITECTOS, SLP
Senderos coincidentes: PR® CV 111.2 San Vicente de Piedrahita - Cortes de Arenoso.
Aconsejamos realizar esta espectacular ruta en épocas menos calurosas. El otoño es una época ideal para hacer senderismo, cuando las temperaturas bajan y los colores otoñales empiezan a aparecer.
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